miércoles, 11 de mayo de 2011

TRANSVERSALIDADES

Tempos de mudanza: a jangada move-se (em demanda de futuro).
Florencio Maíllo, 2007



[CL] Transversalidades. Territorios, Diálogos e Itinerarios Ibéricos. Centro de Estudios Ibéricos, Guarda, Portugal. 2008. 165 págs. I.S.B.N: 978-972-99435-5-3. “Tempos de mudanza: a jagada move-se (em demanda de futuro). Tiempos de emigración”, págs. 147-153.






d-020. Teodora Martín Payán con tres de sus hijas y varias nietas en Villanueva del Conde, el 27 de mayo de 1965. La imagen fue realizada en el domicilio de su hija Brígida, en la Placita (hoy Placita de Don Juan José Hidalgo). Teodora Martín Payán estuvo casada con Saturnino Martín Martín con quien tuvo ocho hijos, entre ellos: Francisca, a la izquierda; Brígida, a la derecha; y Fernanda, en el centro del encuadre. Saturnino falleció en 1938. Brígida Martín Martín “Garrapina” (1918), se casó el 18 de noviembre de 1942 con Julián Sánchez Ruano “Taponero” (1918), agricultor y socio fundador número 10 de la Bodega Cooperativa. Delante se encuentra su hija, Francisca Sánchez Martín (9 de noviembre de 1956), que emigró durante varios años a Suiza, se casó el 17 de diciembre de 1976 con Sebastián Gamero Barriga, natural de Setenil, Cádiz, y actualmente vive en Sevilla. Fernanda Martín Martín “Garrapina” (31 de diciembre de 1931), casada el 4 de febrero de 1959 con Leonides Hernández Martín nacido el 26 de noviembre de 1934, y fallecido el 20 de diciembre de 1998, tuvo cuatro hijos: Francisco, Miguel, Teodora y Tomás. Leonides emigró de 1962 a 1980, como temporero en la construcción a Zürich, Suiza, ella mientras tanto se quedó en el pueblo con los hijos. En el centro de la fotografía aparecen dos de ellos: Francisco Hernández Martín (9 de febrero de 1960), que trabaja en Telefónica en Orense; y Teodora Hernández Martín (9 de julio de 1962), que es enfermera en Barcelona. Francisca Martín Martín “Quica, Garrapina” (6 de septiembre de 1926), se casó el 15 de mayo de 1956 con Ángel Robles Segundo (12 de diciembre de 1921), durante varias temporadas acompañó a Ángel en Suiza, trabajando en actividades sanitarias. Ángel durante diez años emigró a Zürich, Suiza, donde trabajó como temporero en la construcción, y tras el retorno exterior se instaló en Salamanca. Delante de Francisca se encuentra su hija, María José Robles Martín (20 de agosto de 1957), maestra en el Colegio Público de Villares de la Reina. En la parte delantera se halla Agustina Martín Acera (28 de noviembre de 1959), hija de Fernanda Acera Alonso “Polla” y Eduardo Martín Martín “Garrapín”, residente en Salamanca. Fernanda Acera Alonso (24 de diciembre de 1933), hija de Agustina Alonso Marcos (1902) y Ramón Acera Martín (1899), se casó el 7 de septiembre de 1956 con Eduardo Martín Martín “Garrapín” (28 de marzo de 1930), juntos emigraron varias temporadas a Zürich, Suiza, ella se empleó en actividades sanitarias y él trabajó como peón de la construcción. Durante el periodo de la emigración dejaron en el pueblo a sus hijos a cargo de familiares: Saturnino Martín Acera (4 de mayo de 1957) con su tía Adoración Martín Martín, emigrada en Barcelona; Agustina Martín Acera con la tía Isabel María Acera Martín; y Florentino Martín Acera (18 de abril de 1961) con la abuela Agustina Alonso Marcos. En Suiza nació su hijo pequeño Eduardo Martín Acera. Tras el retorno exterior se instalaron en el pueblo Eduardo Martín Martín ha sido agricultor y socio fundador número 50 de la Bodega Cooperativa de San Sebastián de Villanueva del Conde.



Tiempos de emigración.



Desde finales de los años cincuenta y principalmente a lo largo de los años sesenta se van produciendo en España profundas transformaciones sociales, económicas y culturales. Es obviamente el fenómeno de la emigración el que socava los cimientos, acaso triunfalistas, de tan profunda renovación y el que hace que la misma muestre un aspecto un tanto sombrío. Debemos mencionar que España, en períodos anteriores a los mencionados, también fue un substancial contribuyente a estos procesos migratorios, pero con todo, aquellos nunca fueron comparables en flujo e intensidad a los de los años sesenta. El éxodo rural se había iniciado tímidamente en los años cincuenta. Es evidente que la aún débil industria española, focalizada esencialmente en el País Vasco y Cataluña, no podía absorber el gran potencial de paro existente en el campo, un espacio que por sus particulares sistemas de explotación tradicionales disponía de un exceso de mano de obra para su bajo rendimiento. Todos los autores de estudios sobre la emigración española coinciden en situar el inicio de la emigración masiva continental en la nueva ordenación económica que el Gobierno Español realiza en 1959[1].

El plan castiga el nivel de vida de los españoles, provocando un enorme paro que va a desencadenar un flujo de emigración desconocido hasta ese momento en este país, y que experimenta de un modo trágico el sector rural. Este problema con difícil solución es planteado en 1966 por José Luís Aranguren cuando en el prólogo del libro de Víctor Pérez Díaz, Estructura social del campo y éxodo rural, refiriéndose al autor manifiesta: “(…) ha vivido, está viviendo de cerca la crisis del campo español, la liquidación por derribo por decirlo así de nuestra agricultura. De aquí el horizonte cerrado, el porvenir ausente de quienes en él viven, y, su natural consecuencia, la emigración rural masiva y desorganizada. El desprestigio en el que, mediante la difusión de modelos urbanos de vida, y con una falta total de sentido para lo justo de la tradición, se está haciendo caer a las formas rurales de existencia, en vez de modernizar estas adaptándolas a las necesidades económicas, sociales y psicológicas que nuestro tiempo impone, es una de las más graves responsabilidades colectivas en que se está incurriendo hoy”[2].

Debemos advertir que el éxodo rural es un fenómeno siempre en vigor desde el mismo momento de la aparición de la industrialización en el siglo XIX, y que durante mucho tiempo ha servido para liberar “la presión de la masa de trabajadores sin tierras sobre tal sociedad, y en particular sobre un sistema de producción incapaz de ocuparla de manera racional y satisfactoria”[3]. Por ello, la emigración del mundo rural hacia las ciudades es un asunto universal que ha ido avanzando a lo largo de los dos últimos siglos en el territorio europeo. John Berger en la trilogía De sus fatigas compuesta de Puerca tierra[4] (1979), Una vez en Europa[5] (1983) y Lila y Flag[6] (1990), nos ofrece un imprescindible manifiesto contra la destrucción de la vida rural, a la vez que una llamada de atención sobre el peligroso divorcio entre el hombre y la tierra que ha emergido en la sociedad capitalista imperante en los últimos tiempos.

Las causas últimas que empujaron a los habitantes de la provincia de Salamanca a emigrar en los años sesenta, no difieren en exceso de las del conjunto de la región de Castilla y León, ó, de las de aquellas zonas de España y Portugal con semejantes características socioeconómicas. En este sentido, son varios los factores que, aunándose, responden al intenso éxodo rural hacia las ciudades en la década de los sesenta. Componentes endógenos que evidentemente hubo, como: precariedad asistencial, aislamiento, paro encubierto, economía de subsistencia; unidos a otros de carácter exógeno comunes a zonas rurales españolas, derivadas de la atracción por la vida urbana. Entre los condicionantes externos que contribuyeron a potenciar la emigración en estos precarios entornos rurales debemos contar con la mejora en las condiciones de vida vinculados con el trabajo fijo y mejor remunerado, la posibilidad de destinar una buena parte del mismo al ahorro, la plasmación efectiva de vacaciones, el crecimiento de los niveles de vida beneficiándose directamente de la sociedad de consumo a la que ya de un modo real pertenecían, y mejores oportunidades para los suyos y muy especialmente para sus hijos. El análisis de Vicente Pérez Díaz coincide en estos aspectos cuando expone que “parece evidente que sobre el éxodo han debido influir las expectativas de vida urbanas más ricas en posibilidades de bienestar; pero también han debido influir sobre él el deterioro progresivo de las formas de vida rurales”[7]. Deterioro de las formas de vida que se suma a la precariedad histórica de la economía agraria castellana, que es reflejada por Miguel Delibes cuando señala: “Mas lo peor de la economía agraria castellana no es que sea pobre sino que sea insegura. La dependencia del cielo es aquí total. Pero tal vez antes que lluvias, nieve o sol, lo que se echa en falta en Castilla es un orden meteorológico que asegure un tempero adecuado para las siembras otoñales, hielo en diciembre para que la planta afirme, aguadillas en abril para que el sembrado esponje y sol fuerte en junio para que la caña espigue. La volubilidad atmosférica es, sin embargo, la tónica dominante. Las lluvias, prematuras o tardías, las heladas intempestivas dan al traste, año tras año, con buena parte de las cosechas. El cielo, el tiempo, continúa siendo el gran protagonista de Castilla”[8].

La gran desbandada humana hacia el exterior resume la necesidad de respiro larvada en una gran parte de los agricultores españoles a la altura de 1960, dado que esta población había padecido en exceso, como ningún otro sector, la deficitaria situación económica existente en España. Centrándonos en la provincia de Salamanca, la emigración “representa el 2,62% de la emigración total española (de 1962 hasta 1977) mientras que el peso demográfico de la provincia no representa más que el 0,97% de la población española en 1975. Salamanca es la primera de las nueve provincias de Castilla y León por su número de emigrados. Representa casi un cuarto de las salidas regionales al extranjero de 1962 hasta 1975. Esto confirma la intensidad e importancia del fenómeno emigratorio provincial y sus consecuencias socioeconómicas y demográficas, muchas de las cuales aún perduran”[9].

En la década de los sesenta la emigración se convirtió en una evidencia de tal magnitud, que el Régimen intenta enmascararla bajo los aspectos más diversos que la pueda llegar a justificar. En uno de los pocos artículos de prensa donde se aborda el problema, Santiago Pedraz afirma: “El emigrante no abandona la Patria, la extiende”[10], y compara, de modo grandilocuente, el proceso contemporáneo con lo ocurrido en otros siglos en América y Filipinas, para terminar justificándolo como que “ha sido el Plan Marshall para la economía española”. El mensaje de fin de año de 1964 del Jefe del Estado, Francisco Franco, a los españoles aborda en uno de sus puntos centrales la coyuntura emigratoria, librándose de responsabilidades. En él sostiene que “la situación del campo español es una triste herencia que nosotros recibimos y que deriva de un siglo de abandono”[11], para en un párrafo posterior anotar: “Aspiramos a que el desarrollo español absorba pronto la mano de obra de la emigración”.

Ahondando en esta situación coyuntural, en un artículo de El Adelanto, publicado el domingo 15 de marzo de 1965, y titulado Ciento diez salmantinos marcharon al extranjero, es muy evidente el empeño de su autor por situarse al lado de las tesis del Régimen. En su entradilla dice textualmente: España continúa siendo nación generadora. Desde hace siglos una de sus misiones ha sido la de poblar el mundo. Año tras año, nacen en nuestro suelo cuatrocientos mil españoles más de los que mueren. De ellos no todos vivirán su existencia en España”[12]. El artículo se acompaña de un amplio reportaje fotográfico, donde los emigrantes integrados por familias enteras son presentados como auténticos patriotas. En una cartela central se lee: “Todos piensan volver. Estaremos unos años, los suficientes para ahorrar unos miles de pesetas, y después montar un negocio”. Pero el retorno se vio retrasado en la mayor parte de los casos, ya que los niveles de ahorro en aquellos países eran menores de lo esperado, puesto que los gastos también eran mayores. Esta circunstancia produjo grandes frustraciones. Verdaderamente la incorporación del español a Europa no se hizo en óptimas condiciones, marcando negativamente el proceso de retorno, y para comprenderlo, quizá, habría que buscar la causa en el complejo de inferioridad[13] del español descrito por el psiquiatra Juan José López Ibor.

En definitiva, la virulenta emigración de los años sesenta creó una drástica ruptura en lo que habían sido las formas de vida tradicionales, desubicando y generando importantes convulsiones familiares, y todo ello con unos costes personales difíciles de evaluar en lo anímico y moral. En los primeros años los hombres emigraban solos al extranjero, dejando a sus mujeres en los pueblos al cuidado de sus hijos, o a lo sumo, creando el definitivo asentamiento en capitales industriales del interior peninsular, a donde regresarían los maridos tras la vuelta del extranjero. La división de destinos se desprende de las palabras del Caudillo en su mensaje de fin de año de 1964: “Esta emigración justificada en los hombres, no tiene razón de ser en las mujeres, ya que en nuestras ciudades se les ofrece hoy puestos de trabajo de servicio bien remunerados, que les evitarían los peligros de esa aventura en país desconocido”[14]. Para finalizar, advertimos que, la característica que particularizó la repatriación de los emigrantes de la Sierra de Francia, que en un primer momento optaron por Centro Europa, fue su instalación en la capital de la provincia. Circunstancia que se da en la práctica totalidad de los reintegrados, y es que en vez de regresar a su localidad de origen, se inclinan por establecerse en Salamanca tras una estancia de varios años tras los Pirineos. Igualmente acontece, pero en menor medida, con aquellos emigrantes del interior peninsular que se quedaron finalmente en aquellos emplazamientos. Un buen número de pequeños negocios de Salamanca están regentados por emigrantes, que tras su regreso instalaron fruterías, tiendas de ultramarinos, bares, restaurantes, o se convirtieron en taxistas.

Sirva como colofón el mismo que Valentín Cabero Diéguez sitúa en su texto Geografías de las ausencias: Quienes de aquí partieron hacia otros lares en busca de una nueva vida, se merecen el compromiso de nuestra memoria colectiva y sus andaduras vitales nuestro reconocimiento y recuerdo”[15].




0866. Baltasar Martín Martín y Catalina Martín Sánchez en Villanueva del Conde, el 28 de diciembre de 1967. La fotografía fue realizada en la plaza del Obispo Marijuán, El Bote, y aparecen los primos Baltasar y Catalina. Baltasar Martín Martín “Payán” (30 de marzo de 1945), hijo de Aurelia Martín Gómez y José Manuel Martín Sánchez natural de Navarredonda de la Rinconada, emigró a Zürich, Suiza, ocho temporadas trabajando en la construcción, allí conoció a Amalia Rodríguez Díaz, natural de Sober, Lugo, con la que se casó el 8 de noviembre de 1970. Y, Catalina Martín Sánchez “Escuadrilá, Tamborilera” (15 de agosto de 1952), es hija de Casimira Sánchez Hidalgo “Tamborilera” y Francisco Martín Segundo “Escuadrilao”, casada el 28 de diciembre de 1974 con Ruperto Alonso Vicente natural de Morasverdes. Catalina  emigró a Zürich, Suiza, diez años como residente, trabajando en actividades sanitarias, tras el retorno exterior se asentó en Barcelona. Ruperto es taxista.





0895. Luís Martín Quintero y Teófila Payán Sánchez con su hija Josefa, en Villanueva del Conde, el 23 de diciembre de 1964. La imagen fue realizada en el Bote de Villanueva del Conde, y en ella los protagonistas aparecen delante de un coche con matrícula francesa. Se trata de Luís Martín Quintero y Teofila Payán Sánchez que emigraron a Francia a comienzo de los años sesenta. Tras el retorno exterior se instalaron en Cataluña, y actualmente Josefa Martín Payán vive en Barcelona.





[1] MACHO, S., Emigración y desarrollo español. Madrid, Ministerio de Trabajo, 1980, pág. 36.
[2] PÉREZ DÍAZ, V., Estructura social del campo y éxodo rural. Madrid, Tecnos, 1966, pág. 10.
[3] PÉREZ DÍAZ, V. Ibidem,
[4] BERGER, John. Puerca tierra. Alfaguara, Madrid, 2006.
[5] BERGER, John. Una vez en Europa. Alfaguara, Madrid, 2000.
[6] BERGER, John. Lila y Flag. Alfaguara, Madrid, 1992.
[7] PÉREZ DIAZ, V., Emigración y cambio social. Barcelona, Colección Ariel Quincenal, 1971, pág. 22.
[8] DELIBES, M., Castilla, lo castellano y los castellanos. Barcelona, Planeta, 1979, pág. 42.
[9] IZQUIERDO DE PAÚL, Oliver. op. cit.,  pág. 68.
[10] El Adelanto, 29 de noviembre de 1964, pág.14.
[11] El Adelanto, 31 de diciembre de 1964, pág. 8.
[12] El Adelanto, 15 de  marzo de 1965, pág. 3.
[13] LOPÉZ IBOR, Juan José. El español y su complejo de inferioridad. Madrid, Rialp, 1954.
[14] El Adelanto, 31 de diciembre de 1964, pág. 8.
[15] CABERO DIÉGUEZ, V., “Geografía de las ausencias”. En VV.AA. El sueño de muchos. Emigración Castellana y Leonesa a América. Zamora, UNED, 181-183, 2005, pág. 183.

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